Un viaje en la Fragata LIBERTAD
Por Enrique Devincenzi
febrero de 2001
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La experiencia más
impactante que viví hasta hoy en materia de navegación: |
Como
parte de un interesante programa de apertura que está realizando la
Armada Argentina, tuve la Enrique
Devincenzi fortuna de embarcarme en la fragata LIBERTAD.
Integrando un ansioso contingente de invitados, hicimos el recorrido
Mar del Plata – Puerto Belgrano entre el 5 y 7 de febrero. En esa Base
realizarán las recorridas y reparaciones necesarias hasta abril, a fin
de prepararla para su próximo Viaje de Instrucción.
Para ubicarme en la magnitud del velero que estoy dispuesto a abordar,
repaso sus características:

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Eslora:
103,75 m
Manga: 14,31 m
Puntal: 11 m
Calado: 6,60 m
Desplazamiento: 3.765 tons
Aparejo: fragata con gavias dobles (cinco vergas por palo).
Tres palos cruzados, trinquete, mayor y mesana.
Altura máxima: 49,807 m del palo mayor. Seis guinches eléctricos de
vela, dos por palo.
Velamen: 27 velas de Dacron, 15 cuadras, 5 foques, 6 cuchillas y 1
trinquetilla.
Superficie total: 2.652 m2
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Zarpamos
el lunes a las 09:30 hs con brazos de despedida y la banda rindiendo
honores en una mañana radiante. Dos remolcadores la llevaron
cuidadosamente hasta el Cristo de la escollera, donde quedó libre para
entrar al mar.
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Salir del puerto es emocionante: una formación de marinos y trompeta
saludan al buque. Desde la LIBERTAD responden con un largo toque de
sirena que sacude el alma.
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Mientras se desplaza a motor, en una
cordial reunión en cubierta, la tripulación y los invitados nos
presentamos. Se nos dan precisas instrucciones para una eventual
evacuación, entrega de salvavidas y asignación de balsas.
Luego
vamos de sollado en sollado buscando ubicación, la litera más
adecuada, verificamos listas de tripulación por balsa en el salón
comedor, dejamos los bolsos en la taquilla, nos sorprendemos a cada
paso, y nuevamente a cubierta.
Terminan
las instrucciones reconociendo la balsa salvavidas asignada. Nos
comunican un pronóstico de navegación tranquila, con vientos adecuados
para desplegar las velas en parte de las 265 millas que haríamos hasta
Bahía Blanca.
Para los que navegamos en barcos de
porte deportivo, el cabeceo de sus casi 104 metros de eslora en las
olas del mar nos resulta difícil de acompañar. Remontar su pronunciado
arrufo hasta la proa —con una movimiento de ascenso y descenso de más
de 2 metros cada 10 segundos— hace que al principio nos cueste caminar
con sobriedad.
Voy descubriendo
secretos de su aparejo y construcción: los gavieros van izando, una a
una, las velas triangulares, enormes paños de un pesado dacron. Eso
afirma más al velero, reduciendo su rolido mientras navega a motor.
Trepan a los palos con gran habilidad y, asegurados por arneses,
comienzan a cazar las velas cuadras. Es un espectáculo indescriptible
ante la mirada atenta de todos en cubierta: nadie habla...
Minutos después, con un viento OSO de 24 a 26 Kt, nos encontramos ya
sin máquina, con 26 de las 27 velas desplegadas (Libertad tiene un
velamen de más de 2.652 m2) desplazándonos a una velocidad
considerable para su eslora.
Minutos después, con un viento OSO de 24 a 26 Kt, nos encontramos ya
sin máquina, con 26 de las 27 velas desplegadas (Libertad tiene un
velamen de más de 2.652 m2) desplazándonos a una velocidad
considerable para su eslora. |
En muy completa charla sobre
aparejos, un oficial comenta que para vientos superiores a 20 Kt, la
fragata alcanza velocidades aproximadas a la mitad del viento
(excepcional característica y capacidad si la comparamos con nuestros
veleros), siendo capaz de ceñir hasta 60°. También presenciamos
exposiciones sobre máquinas, servicios y una recorrida por la mayoría
de las instalaciones (muy didáctico, realmente).
 
Al comenzar la tarde, el viento
aumenta considerablemente y rota más al sur. Las olas de color
verdemar (sólo el mar tiene ese verde) y la espuma blanca brillando al
sol nos brindan un espectáculo de vértigo y equilibrio, demostrando la
capacidad marinera de la fragata y su tripulación.
Cuando las cuadras no
aguantan más esa ceñida son cargadas sobre sus perchas y la navegación
continúa mixta, a vela y motor. Los gavieros con total naturalidad
escalan hasta el tope del palo mayor para adujar como se debe cada
paño.
Con sorpresas a cada paso transcurre la tarde: descubro el color azul
marino (el del mar azul), veo detalles de la costa por primera vez
desde afuera. Mezclado entre el personal del puente participo de la
navegación, las cartas, el GPS, la derrota, el viento...
Muy destacable es la amabilidad de todo el personal de a bordo, su
camaradería, la preocupación por hacer sentir cómodo al invitado, su
permanente predisposición a explicar todo lo que se les pregunte.
Abundan las charlas amistosas donde todos nos comunican experiencias,
viajes, sentimientos, detalles de sus días en los seis meses de
travesía, historias y aventuras, proyectos de vida. Las horas en el
mar permiten todo eso, casi inimaginable en nuestra vida cotidiana.
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La noche
es un capítulo aparte. Nunca imaginé participar de una cena semejante:
parrillada de chorizos en cubierta, a sotavento del puente, previo
tendido de alfombra para proteger la teca. La parrilla: redonda, tipo
disco de arado, proporcional a la eslora.
En el comedor compartimos los
asombros del día, vino, choripan, hamburguesas, postre helado. ¡ Nadie
quería ir a dormir, lógico...!
Nuestra jornada había comenzado a
las 06:00 de la mañana. Ya calmado el apetito que toda esa experiencia
había despertado, el fresco de la noche es el escenario adecuado para
que el sueño me venza de a poco: algo después de la 01:00 terminé
aceptando que habría un mañana para disfrutar.
A las
05:50 del martes, sin despertador (cosa que sólo logro cuando navego)
me despierta un sonido de vapor pasando por las cañerías. El barco
comenzaba a desperezarse, aunque no los invitados. Ese silbido
indicaba que habría agua caliente en los baños.
Demasiado temprano en cubierta,
compruebo que las velas triangulares ya flamean desganadas, por la
leve brisa y el viento muy de proa.
Paso a saludar por el puente y
compruebo en la pantalla que estamos 25 millas al NE del faro de
Claromecó. A las 07:00 una voz anuncia Diana por los megáfonos, que se
repite dos o tres veces.
Imaginaba un acto militar de
corridas y trompetas, formaciones forzadas en cubierta, pero no fue
así: una pequeña formación en proa, silenciosa y luego, cada uno a su
trabajo.
Es destacable que en las 48 horas
que estuve a bordo no escuché expresiones en voz alta, ni un grito,
salvo aquellos de bromas entre amigos, pero el trato de toda la
tripulación fue siempre en un agradable clima.

Divertidos
gritos sí, cuando uno de los invitados desde la cofa le pide el número
de teléfono de su Club al amigo que había quedado abajo. Digita su
celular allá arriba, con el espectáculo del mar y la cubierta, y
comienza con ese conocido saludo: “¿A que no sabes desde donde te
estoy llamando?”.
A las 08:00, desayuno y amenas
charlas en el comedor que sólo la ansiedad de ir a cubierta
interrumpen.
Transcurre el día con nuevas
experiencias: participo en el cazado de las brazas para poner las
perchas a la cruz, con los molinetes eléctricos que facilitan la
maniobra, y hasta pudimos subir hasta la cofa del palo mayor,
aproximadamente hasta un tercio de su altura. Por eso nos otorgarían
el diploma de Gaviero de la Fragata, que no esperaba.

Las maniobras son similares a las
que hacemos en nuestros veleros, con las diferencias de magnitud
imaginables. Aprendo cómo se facilitan los esfuerzos aplicando las
ayudas necesarias, en su justo momento, con los aparejos y cabos
adecuados, sin apuros ni improvisaciones.
Claro, veinte tripulantes cazando de
una driza, corriendo en posta para seguir cobrando metros y metros de
cabo, tiene alguna diferencia con mi velero de 20 pies de eslora y 7
metros de palo.
Un rato para almorzar, muy bien atendidos por el personal, y más
experiencias compartidas (tipos de barcos, barnices para clima marino,
singladuras, etc.).
El calor
de la tarde me invita a buscar un momento de reposo en el bauprés,
recostado en la red con el mar verde pasando bajo mi cuerpo, la proa
haciendo espuma (secretamente esperaba ver toninas jugando ahí), el
cielo enmarcando la arboladura de la fragata, el horizonte, charlas
sin tiempo con afortunados compañeros de viaje y con el segundo
oficial (excepcional persona, el Capitán E. García) tan agradables que
cuando reacciono habían transcurrido más de dos horas.
Poco a
poco nos vamos acercando a la ría de Bahía Blanca, con el propósito de
pasar la noche en la rada del puerto ya que estaba programado entrar a
las 09:00 de la mañana del miércoles a la Base Puerto Belgrano.
Entramos por la boya 08 y luego se suceden las rojas a estribor y
verdes a babor. Sobre algunas descansan lobitos; las gaviotas se posan
sobre la arboladura y nos dirigimos hacia un espectacular atardecer.
Un velero sale a nuestro encuentro:
al saludar con su brazo en alto, el timonel recibe la sorpresa de un
largo toque de sirena (¡ese saludo inspira tanta emoción...!).
Un oficial en proa dirige la
maniobra de fondeo, escandallo en mano (si, descomunal escandallo a
pesar del equipamiento a bordo), bajando la velocidad hasta parar la
arrancada, se deja caer una Danforth por babor, lentamente con su
malacate y cadena, con eslabones del tamaño de mi fuera de borda.
Mientras va presentando al viento,
la puesta de sol interrumpe toda observación ajena a este hecho
cotidiano, pero único para mí. Ver un atardecer en el mar, frente a
Bahía Blanca, a bordo de la Fragata Libertad, con la luna llena a mis
espaldas, no es un hecho cotidiano en mi vida.
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Somos
convocados en la cubierta de popa al caer la noche para compartir unas
empanadas y algunos brindis a propósito de todo lo ocurrido.
Varios oficiales se mezclan a
conversar con los invitados, y tenemos el privilegio de compartir
algunas opiniones con el Primer Comandante de la nave, Capitán de
Navío Luis O. Manino, quien se acercó espontáneamente a nuestro grupo.
Enseguida surgieron temas comunes como educación, formación de grupos
y hombres, problemáticas semejantes entre empresas y la Armada,
presupuestos, fondos, objetivos, gerenciamiento, familia...(la calidez
brota de sus expresiones).
El Comandante Manino pronuncia unas
palabras de agradecimiento, luego festejos, cumpleaños (hasta una
torta enorme hicieron los muchachos de la cocina), guitarras, canto,
versos, muy buen humor y la entrega de diplomas.
Realmente
los que más queremos agradecer somos los invitados, quienes no tenemos
palabras para expresar el valor de lo que nos han regalado como
personas y navegantes.
A las 06:00 del miércoles, por
supuesto estoy en cubierta para presenciar la partida, escuchar el
ritmo del malacate tragando eslabones del fondeo, hacer rumbo a la
Base y vivir cada detalle.
Un práctico aborda la fragata desde una pequeña embarcación que sigue
nuestra marcha a la misma velocidad y a escasos centímetros de nuestra
banda de estribor (“¡Cuidado que éste es petiso!”, sugiere el
Contramaestre al que arroja la escala).
Los remolcadores Querandí (a proa) y
Tehuelche (a popa) cobran los cabos de remolque y nos llevan
hábilmente a puerto. El práctico con admirable idoneidad va pidiendo
por handy a los timoneles de los remolcadores cada maniobra necesaria.
Admirable el Tehuelche,
arrastrado por la banda de estribor, escorado para detener la estropada de las 3.800 tons de la fragata, que vira tirando y
poniéndose de popa para aplicar todo su empuje.
Cuando mi asombro lo permite,
observo algunas de las naves de guerra amarradas en la Base, símbolos
de profundos sentimientos de quienes tenemos pasión por el mar y por
nuestra patria.
Un enorme edificio de color
diferente al resto de las instalaciones se destaca en el puerto: es el
Almirante Irízar, en dique seco para reparaciones luego de la avería
que sufriera con un témpano bajo la línea de flotación.
El viento sopla fuerte del través,
por la banda de estribor, pero Querandí y Tehuelche aguantan con
firmeza la caída que le provoca el francobordo de nuestro velero.
La maniobra de amarra es tan lenta y
precisa que disimula el tamaño de las naves en movimiento. Se advierte
la profesionalidad de todos.
Nuestras
obligaciones harían que desembarquemos más rápido de lo deseado; no
hubiera querido terminar ese sueño tan pronto.
De la Base Puerto Belgrano, algunos
amigos nos reciben con asombrosa cordialidad, nos explican las
funciones de la Armada como custodia de nuestros intereses en el mar,
e intercambiamos opiniones. Recordaremos por largo tiempo las
atenciones que nos dedicaron.

A todos
los hombres de la Armada con quienes compartimos este viaje: ¡ GRACIAS
!
Enrique Devincenzi - Velero BORA
BORA – Club Veleros San Isidro
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